“Hay amores que se vuelven resistentes a los daños/…hay amores que parece que se acaban y florecen/ en las noches del otoño reverdecen/ tal como el amor que siento yo por ti”. Escuché a Shakira una vez más y me dije que su bolero nos hablaba del amor, pero también de la política.
Hace años pensaba que cuando uno se separaba de su pareja era más fácil iniciar una relación distinta que una reconciliación, porque entonces se partía desde cero y de lo nuevo, mientras en el segundo caso se partía desde menos que cero con una carga de cuentas viejas a pagar y cuitas a perdonar. La vida me demostró después que las cosas son más complejas, que las separaciones no siempre son sinónimo de falta de amor, sino de hastío e irritación con actitudes o comportamientos, superables si el acusado(a) da pruebas de amor y corrige sus defectos ante el temor de perder una relación que anhela.
Siendo la política y el fútbol otras actividades que, como el amor, provocan pasiones multitudinarias, no es raro que en ambos la vida imponga también ritmo de bolero. De amores perdidos, de flechazos que remecen, de pasiones que reverdecen. Son desafíos de hoy en las dos coaliciones con posibilidad de gobernar a partir de 2010.
Hablemos de política. Mientras la relación anda bien, nadie “mira pa’l lado”. Pero cuando los representantes políticos comienzan a hartar e irritar, entonces también comienzan los problemas. Nuevamente, si el amor tiene base sólida y el que desilusiona muestra esfuerzos por corregirse, entonces las cosas retoman sus cauces. Si no es así, ruptura y “affaires” son probables.
Hace tiempo que vivo una sensación de fin de ciclo, y eso vale tanto para la economía (aunque no hubiera crisis) como para la política. Son tiempos de confusión y estancamientos. La incógnita sobre propuestas para el futuro poscrisis, el entusiasmo con que unos y otros se esfuerzan en convencer que toda la política es corrupta, la debilidad de carisma en los líderes, las pertenencias partidarias más por razones genealógicas o pretéritas que presentes, la dificultad en proyectar credibilidad gobernante. No es raro que proliferen presidenciables, cambios de bando, tratativas que disimulen orfandades, disputas algo bochornosas. Tampoco lo es que en tiempos de crisis, cuando los cambios, más que abrir esperanzas, amenazan con pérdidas e incertidumbres, crezca en las encuestas la figura “materna” de la Presidenta de un gobierno signado por su vocación de protección social y por una gestión económica que da garantías.
Así están las cosas. Con todo, una de las dos coaliciones gobernará. No sólo por encabezar encuestas, sino por concentrar las capacidades de gobierno existentes en Chile. Gobernar es un trabajo de equipos, no de un individuo, y la ciudadanía lo sabe o intuye. El resto trabaja en el espacio que la primera vuelta da a castigos ciudadanos, sea en vistas a instalar nombres para una próxima elección, sea para negociar esos pocos miles de votos que den el triunfo en una estrecha segunda vuelta.
Sin embargo, para gobernar —más “en tiempos del cólera”, a los que cantaba Shakira— no se necesitan sólo equipos, sino también amores políticos y populares sólidos, con tolerancia a la decepción y los ritmos, con capacidad de construir hogar nuevo a partir de lo que se tiene, con disposición alegre de aceptar al otro, con la capacidad para construir las redes necesarias a cada ser humano u organización para existir.
En el desafío de hacer el tránsito a un nuevo cuadro de gobernabilidad política —que comprende poderes del Estado, partidos y lazos (reverdecidos) con la población— se juegan su futuro fuerzas políticas y liderazgos de las coaliciones con posibilidad real de gobernar a partir de 2010. O sea, en su capacidad para construir esos “amores resistentes a los daños” a los que cantaba Shakira. Si no lo logran, ganarán, pero dificulto que tengan capacidad para gobernar bien con la sola inercia de la política actual, o sea, el Estado actual, los partidos y coaliciones actuales, así como los actuales desamores ciudadanos con la política.